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viernes, 30 de enero de 2015


LA FOTOGRAFÍA EN SU LIBRO...
Josu Monterroso

     De la niña decían que estaba algo tarada porque al hablar miraba a los pies, no importaba si se dirigía a los mayores o a los niños, siempre cargaba con un libro que nunca leía y, descalza y a saltitos desordenados, recorría el pueblo con la misma cantinela en los labios... Tan alta como la luna ¡Ay, ay!
     El cura nunca se fió mucho de ella y se notaba que al viejo glotón le costaba un mundo mantener su mirada en aquellos ojos oscuros y hondos como pozos, no, como pozos no, como agujeros del cosmos (que de los pozos si te ayudan se puede regresar), por supuesto dicha desconfianza no se la contó ni al abuelo ni a la madre de la chiquilla, por no querer contribuir a la carga de las preocupaciones, que bastante eran con aquella criatura solitaria que vino al mundo sin padre alguno que le diese su apellido para rellenar los libros de la iglesia; pero el cura jamás la escogió para limpiar la sacristía ni colocar las flores en los jarrones que adornaban el altar.
     Tampoco ayudó la vez que el maestro le sacó al encerado y le preguntó sobre los cabos mientras golpeaba con su vara el mapa y ella se mordía el labio con pena, y después sobre los estrechos y ella sudaba, apretando ese libro que nunca lee, desgastado por el lomo, y que el maestro, enojado por su falta de interés en esta España libre, grande y única, terminó confiscando... por su bien... claro... siempre es por el bien de nosotros. Por eso, porque me encambrona, se lo robé del cajón al maestro y esperé más de una hora en la plaza para verla aparecer. Llegó calle abajo, sin su alegría zascandil ni cancioncilla en los labios, cuando la hablé me miró de frente, como los toros antes de embestirte. Parecía otra, otra que no era ella aunque fuese ella y su cuerpecito. No la pude reconocer hasta que no le devolví su libro.
     Ese libro que ella mecía, guardaba y nunca leía, por miedo a descubrir, como los secretos, porque los libros son para descubrir. Ese libro con una fotografía entre las hojas romas y desgastadas, que sirve para que la muchacha recuerde, porque los libros son para recordar las historias que nadie tuvo cojones de contar a la cara, que recuerde que no importa lo que cuchichee este maldito y hambriento pueblo ni todos nosotros... catetos, vacíos y planos... que la niña recuerde que siempre tendrá una familia a la que pertenecer y regresar cuando todo muerda, una familia diferente al resto, por eso ella es tan rarita, que no tarada, una familia sólo de dos posando en una única fotografía que siempre ha de ocultar entre historias y palabras:
el abuelo y mamá.


Fotografía: Los amantes, de René Magritte.