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sábado, 7 de febrero de 2015

LA NIEVE DENTRO.
Josu Monterroso.

   Tino lo tiene tan claro que ni siquiera pestañea, aunque puede que le ponga ganas porque tiene los pies helados y, a lo lejos, tras los picos de las montañas, los relámpagos azulan la nieve “¡Tenemos que regresar! ¡Por lo menos llegar hasta el establo!”, nos grita al darse media vuelta y comenzar a andar, como si no tuviese que esperarnos ni cuidarnos ni nada de nada. Más allá del establo, la columna de humo se deshace nada más salir de la chimenea, aguzo la vista y ni rastro de la sombra de mamá tras el cristal. Me entran ganas de patear el trasero de Tino, porque estas cosas mamá nunca las ve al proclamarle el dueño y señor de los tres “Eres el mayor y el más responsable; cuida de tus hermanos”.
   Pero Martina y yo no le hacemos caso. Estamos fascinadas con la criatura que parece uno de los gusanos de seda dibujados en el libro de cuentos del bebé. “Me da repelús”, y seguido grito un aaaggghhh asqueroso que apenas se escucha por culpa de los truenos. Martina lo sostiene entre sus manos y el bicho cambia de color, sus patas se tornan carmesí y blandas, antes eran grisáceas, arañaban la piel, tan duras como el hielo, el mismo hielo que tuvo que rasgar para salir de su escondite. Martina siempre fue la menos escrupulosa de los cuatro y eso que el bebé se lleva todo a la boca y lo chupetea e incluso lo comparte con el perro. Es asqueroso verlo pero hay que perdonarle porque sólo es un bebé, bebé incordio, como dice Tino.
   “¡Si tú eres el mayor ve tú!”, le chillo al cerrar la pesada puerta y las vacas ni se inmutan, Tino finge no temer las tormentas ni a mis gritos; es el perro el que retrocede al soltar un ladrido que revoluciona a las tórtolas. Las plumas planean hasta los tablones del suelo, parece que nevase en el interior del establo. Pero no, claro, para esas cosas no, para esas cosas Tino no es valiente ni el amo y señor de los tres. Le pongo al bebé en sus brazos y para chincharle saco la lengua en una mueca fea, como de monstruo, como la cara fea del gusano que encontró Martina y que mece como hipnotizada, en un rincón oscuro, pegada a las pajareras de mamá. Así que en mitad del temporal, hundiéndome en la nieve hasta la cintura y rodeadita de truenos y relámpagos, tengo que ir en busca de papá para que nos rescate.
   Mamá se pone que trina “Cálmate, mujer, es por el bebé, aún es pequeño para estos vientos”. Pero eso son tonterías, al bebé le podíamos haber abrigado y punto, es Tino el miedica y papá lo sabe; por eso sonríe al mentir.
   Insisto en acompañarle “¡Para ayudarte con el bebé!”, le suplico y cuela; con papá siempre cuela si se lo repites tres veces seguidas. Nos extraña que la puerta del establo esté cerrada y que ni Tino, con el bebé en brazos, ni Martina, con su apestoso bicho, o el perro y su cola de péndulo, no nos estén esperando emocionados, pero ninguno de los dos decimos nada y damos un paso hacia la oscuridad, el viento se cuela y hace que los copos de nieve se adentren en el establo. Cerramos la puerta mientras me pregunto si lo que he tenido ha sido un escalofrío o un presentimiento.
   No escuchamos nada, el silencio es extraño en mitad de una tormenta, está como muerto, y seco. Decimos sus nombres y nada. Gritamos sus nombres y nada. Susurramos sus nombres y nada. La nada. Siento la nieve cayendo sobre mis pestañas, me hace parpadear. En la penumbra papá busca el interruptor y enciende la luz. El establo está vacío. No hay vacas, ni tórtolas, ni pájaros. No está el perro ni Tino con el bebé ni… “¡Sí! ¡Martina!” Grito al señalarla en su rincón, agazapada tras una pira de leños. Como hipnotizado por el vacío del lugar, papá se apresura hacia ella pero le detengo al recordar sus sermones y monsergas, “que si os coge el temporal corráis hasta el establo y esperéis, que allí estaréis a salvo, protegidos de la nieve, calentitos por los animales, que si las tormentas se dan fuera y no dentro”. Reglas básicas de supervivencia cuando se vive a docenas de kilómetros del pueblo y el invierno engulle los caminos y te aísla del resto del mundo. Pero la nieve… la siento en mis párpados, la veo caer… la nieve está dentro.
   Nieva sobre nosotros. Saco la lengua y cazo un copo.
   Detrás de la pira Martina se mueve con parsimonia, se apoya en una de las pajareras y nos mira con su cara de bicho.
   - No vayas, papá. No es nieve, es ceniza.



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